GENERAL MANUEL
BELGRANO
Manuel Belgrano
y la educación Manuel
Belgrano fue uno de los próceres argentinos que más
énfasis puso en impulsar la educación. Durante su
estadía en España había elaborado un plan de acción, que
en total abarcaba seis puntos. Uno de ellos estaba
dedicado a la educación:
Antiguamente se halló en la política la máxima
siguiente: Es bueno, mantener la gran masa del pueblo en
la ignorancia, idea que aunque no fuera indigna del
hombre, se opone directamente al verdadero interés del
Soberano. (...) Ése es uno de los objetivos más
importantes del gobierno. Vasallos dichosos y Soberano
poderoso, son los resultados del estado actual de las
escuelas públicas, y de la educación lugareña, que
después de mil ensayos, se han establecido en varias
provincias de Alemania, Suecia, Inglaterra, etc. (...)
Por este medio se logran en la gran masa de una nación
costumbres sanas.
BIOGRAFÍA Nacimiento
y estudios Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús
Belgrano nació en Buenos Aires, el 3 de junio de 1770,
en la casa paterna, cerca del Convento de Santo Domingo
y fue bautizado en la Catedral de Buenos Aires al día
siguiente.
Él era criollo pero su padre Domenico era de origen
italiano, oriundo de Oneglia, en Liguria, y tenía como
apellido primero el de Peri —que castellanizó luego como
Pérez—, aunque adoptó luego el apellido Belgrano, según
la tradición porque producía excelente trigo. Su madre,
María Josefa González Casero, era nacida en la ciudad de
Santiago del Estero. Estudió en el Real Colegio de San
Carlos (actual Colegio Nacional de Buenos Aires).- Entre
1786 y 1793 estudió Derecho en las universidades de
Salamanca y Valladolid, donde se graduó con medalla de
oro a los 18 años de edad en la Cancillería de
Valladolid, dedicando especial atención a la economía
política. Por tal motivo, en Salamanca fue el primer
presidente de la Academia de Práctica Forense y Economía
Política.
Fue uno de los próceres más claramente católicos, y
gracias a su excelente desempeño en las letras consiguió
un permiso especial del Vaticano para leer y retener
algunos textos prohibidos por la Iglesia en aquel
momento. Así fue que leyó a Rousseau, Diderot, Voltaire,
Montesquieu y Quesnay. También leyó a los escritores
españoles de tendencia ilustrada, como Jovellanos y
Campomanes.
Más tarde, de regreso en territorio rioplatense, quizás
a través de su primo Juan José Castelli, se interesó por
el pensamiento de Francisco Suárez, quien declaraba que
el poder de los gobiernos deviene de los pueblos.
Siguió los acontecimientos de la Revolución Francesa de
1789, que le influyeron hasta el punto de hacerle
adoptar, como a José de San Martín, el ideario liberal
de finales del siglo XVIII.
El Consulado de Comercio Fue nombrado Secretario
"Perpetuo" del Consulado de Comercio de Buenos Aires el
2 de junio del 1794,[4] y pocos meses después regresó a
Buenos Aires. Ejerció ese cargo hasta poco antes de la
Revolución de Mayo, en 1810.
Durante su gestión estuvo casi en permanente conflicto
con los vocales del Consulado, todos ellos grandes
comerciantes con intereses en el comercio monopólico con
Cádiz. Año tras año presentó informes con propuestas
que, en general, fueron rechazadas por los vocales, a
los que acusaba de preocuparse sólo por sus propios
intereses, sin tener en cuenta los del país que los
acogía, y al cual debían la mayor parte de sus fortunas.
De todos modos obtuvo algunos logros importantes, como
la fundación de la Escuela de Náutica y la Academia de
Geometría y Dibujo. Belgrano, a través del Consulado,
también abogó por la creación de la Escuela de Comercio
y la de Arquitectura y Perspectiva. Estas escuelas
fueron cerradas en 1803 por orden de la Corona española,
en particular del ministro Manuel Godoy, que las
consideraba un lujo innecesario para una colonia a la
que el gobierno peninsular prefería mantener atrasada y
dependiente de la metrópoli.
Belgrano es, sin duda, uno de los próceres que más
énfasis puso en impulsar la educación.
Su iniciativa ayudó a la publicación del primer
periódico de Buenos Aires, el Telégrafo Mercantil,
dirigido por Francisco Cabello y Mesa, y en el que
colaboraban Belgrano y Manuel José de Lavardén. Dejó de
aparecer en octubre de 1802, tras tirar unos doscientos
números, después de varios problemas con las autoridades
coloniales, que veían con malos ojos las tímidas
críticas allí deslizadas y el estilo desenfadado de las
sátiras y críticas de costumbres.
También colaboró en el Semanario de Agricultura,
Comercio e Industria, dirigido por Hipólito Vieytes.
Allí explicaba sus ideas económicas: promover la
industria para exportar lo superfluo, previa
manufacturación; importar materias primas para
manufacturarlas; no importar lo que pudiese producir en
el país ni mercaderías de lujo; importar solamente
mercaderías imprescindibles; reexportar mercaderías
extranjeras; y poseer una marina mercante.
Las invasiones inglesas En 1796 había iniciado su
carrera militar. Pero, según su testimonio,
"si el virrey Melo me confirió el despacho de capitán de
milicias urbanas de la capital, más bien lo recibí para
tener un vestido más que ponerme, que para tomar
conocimientos en semejante carrera."[5]
El virrey Sobremonte le encargó la formación de una
milicia en previsión de algún ataque inglés, pero no lo
tomó el encargo muy en serio.
Pero su actitud cambió al producirse las invasiones
inglesas, en 1806: participó en la caótica y frustrada
defensa en la zona del Riachuelo, y más tarde
escribiría: "Nunca sentí más haber ignorado hasta los
rudimentos de la milicia." Se trasladó a la Banda
Oriental para eludir el juramento de obediencia al rey
inglés.
Tras ser derrotados los invasores, fue uno de los
mentores del Regimiento de Patricios, formado para
defenderse de la próxima invasión. Cornelio Saavedra fue
electo su comandante, y Belgrano fue nombrado jefe de
estado mayor. En ese puesto combatió en la Defensa de la
ciudad en 1807. Por un tiempo dedicó mucho esfuerzo a
estudiar teoría militar, pero volvió a abandonarlos
desde finales de ese año, en que volvió a hacerse cargo
del Consulado.
El carlotismo Belgrano fue el fundador en el Río de la
Plata de la corriente llamada carlotismo. Ante la
llegada de noticias de que la antigua metrópoli había
sido ocupada por el ejército francés y el rey Fernando
VII estaba preso en Francia, esperaba poder suplantarlo,
al menos para ese Virreinato, por la infanta Carlota
Joaquina, hermana del rey depuesto y residente en esa
época en Río de Janeiro. Su idea era ganar más
autonomía, y talvez la independencia, a través de la
figura de la Infanta. Mantuvo nutrida correspondencia
con ella y unió a su movimiento a muchos destacados
independentistas, como Castelli, Vieytes, Nicolás
Rodríguez Peña, Juan José Paso, e incluso efímeramente a
Saavedra.
Pero su teoría chocaba de frente con la realidad: la
Infanta era la esposa del regente y príncipe heredero de
Portugal, que de esa manera pretendía extender sus
colonias, absorbiendo lo más que pudiera del Río de la
Plata. Por otro lado, las ideas políticas de Carlota
Joaquina eran absolutistas, y jamás hubiera permitido
que bajo su corona se instalara ninguna forma de
autonomía. El partido carlotista logró tener bastante
influencia, pero nunca llegó a poner en peligro el
Virreinato del Río de la Plata; a comienzos de 1810, el
proyecto carlotista había fracasado, aunque el partido
de Belgrano seguía funcionando como centro de
conspiraciones independentistas.
Convenció al nuevo virrey, Cisneros, de editar otro
periódico, el Correo de Comercio, y con la excusa de
discutir sus ediciones, promovía reuniones en que se
planeaban las acciones de su grupo político. Su nombre
público era la Sociedad Patriótica, Literaria y
Económica.
Apoyó la apertura al comercio internacional del puerto
de Buenos Aires, que fue ordenada por el virrey
Cisneros, en parte presionado por la famosa
Representación de los Hacendados, escrita por Mariano
Moreno, pero aparentemente basada en las ideas de
Belgrano.
En abril de 1810 renunció a su cargo en el Consulado.
La Primera Junta A principios de mayo de 1810 fue uno de
los principales dirigentes de la insurrección que se
transformó en la Revolución de Mayo. En ésta su papel
fue central, tanto personalmente como en su papel de
jefe del carlotismo. Participó en el cabildo abierto del
22 de mayo y votó por el reemplazo del Virrey por una
Junta, que fue la propuesta vencedora. El 25 de mayo fue
elegido vocal de la Primera Junta de Gobierno, embrión
de un gobierno argentino, junto con otros dos
carlotistas: Castelli y Paso.
Continuó dirigiendo y editando el Correo de Comercio, en
el cual expresó:
Que no se oiga ya que los ricos devoran a los pobres, y
que la justicia es sólo para los ricos.
Belgrano era el miembro de la Junta con más experiencia
política, y el más relacionado: la mayor parte de los
funcionarios nombrados por el nuevo gobierno lo fueron
por consejo suyo. Dirigió por un corto período el ex
partido carlotista, pero rápidamente el control del
grupo — y en cierta medida del gobierno — pasó a Mariano
Moreno.
Campaña al Paraguay y actividad en la Banda Oriental
Artículos principales: Expedición Libertadora al
Paraguay y Expediciones Libertadoras a la Banda Oriental
Aunque no era militar profesional, fue nombrado general
al mando del ejército libertador del Paraguay. Dice al
respecto en su autobiografía:
Me hallaba de vocal de la Junta Provisoria cuando en el
mes de agosto de 1810, se determinó mandar una
expedición al Paraguay. La Junta puso las miras en mí
para mandarme con la expedición auxiliadora, como
representante y general en jefe de ella; admití porque
no se creyese que repugnaba los riesgos, que sólo quería
disfrutar de la Capital, y también porque entreveía una
semilla de desunión entre los vocales mismos, que yo no
podía atajar, y deseaba hallarme en un servicio activo,
sin embargo de que mis conocimientos militares eran muy
cortos.
En sus campañas militares llamó la atención su
frugalidad y su modo de vida equiparable al de un
soldado raso.
Al mando de un escaso y bisoño ejército, en el cual
hicieron sus primeras armas los asuncenos José Espínola,
Narciso Flores, Félix Bogado y José Machain, aseguró la
autoridad del nuevo gobierno en la Mesopotamia
argentina, organizando como villas y dándoles una
fundación formal a los pueblos preexistentes de Curuzú
Cuatiá y Mandisoví (cerca de la actual Federación (Entre
Ríos)) como antemurales contra las invasiones
brasileñas.
Ya en territorio paraguayo, logró una primera victoria
sobre los realistas en la batalla de Campichuelo, pero
resultó derrotado por tropas numéricamente muy
superiores en la batalla de Paraguari y en la batalla de
Tacuarí. Estas derrotas, en 1811, significaron un revés
para el intento de mantener a Paraguay unido a la
Argentina, aunque logró influir efectiva y eficazmente
en la emancipación de dicho territorio, a tal punto que
en 1812 firmó con el nuevo estado un tratado de
Confederación, que no pudo concretarse entonces. Es en
esa época que redactó los Reglamentos para las
provincias de Misiones, cuerpo legislativo que es
precedente para la Constitución Nacional argentina.
Ante el agravamiento de la situación de los patriotas en
la más estratégica Banda Oriental la Junta porteña
obligó a Belgrano a concluir lo más pronto posible la
campaña en Paraguay.
Después del fracaso de la expedición, la Junta de Buenos
Aires le inició una causa el 6 de junio de 1811, aunque
no había un cargo concreto hacia él, sino una petición
del pueblo para que se hiciesen los cargos a que hubiese
lugar. Se convocó entonces tanto al pueblo de Buenos
Aires como a la milicia de la Banda Oriental para que
declararan contra el general. Sin embargo, no solo nadie
presentó cargos en su contra, sino que los oficiales que
habían actuado en la campaña al Paraguay manifestaron en
un documento no tener quejas y defendieron su sacrificio
patriótico y heroico valor. El tribunal llamó a declarar
a algunos militares, quienes manifestaron la conducta de
Belgrano fue intachable.
Finalmente, el gobierno resolvió el 9 de agosto de 1811
absolverlo y emitir el veredicto en la Gazeta de Buenos
Ayres:
...se declara que el general don Manuel Belgrano se ha
conducido en el mando de aquel ejército con un valor,
celo y consistencia digno del reconocimiento de la
patria...
Mientras tanto, la Junta le encargó que se pusiera al
frente del ejército que debía sitiar y rendir
Montevideo, llevando como su segundo jefe a José
Rondeau. A mediados de abril, Belgrano, nombró a José
Gervasio Artigas Segundo Jefe Interno del Ejército de
Operaciones de la Banda Oriental, según lo comunica a la
Junta en su oficio datado en Mercedes el 27 de abril de
1811. La Junta Grande, en cambio, designa segundo jefe a
Rondeau, quien recién llegará a Mercedes a principios de
mayo. De acuerdo con las órdenes que había recibido la
Junta, Belgrano nombró a Artigas Comandante Principal de
las Milicias Patrióticas .pero Belgrano fue llamado a
Buenos Aires por el Primer Triunvirato.
En octubre de 1811 se encontraba nuevamente en Paraguay
y el día 12 firmó con el recientemente constituido
primer gobierno independiente de dicho territorio un
Tratado de Amistad, Auxilio y Comercio para una
Confederación.
Posteriormente el Triunvirato lo envió nuevamente a
entrevistarse con el nuevo gobernante del Paraguay,
Gaspar Rodríguez de Francia, pero éste no le recibió ni
contestó sus comunicaciones; ese fue el comienzo del
aislamiento absoluto que el Doctor Francia impuso a su
país.
La creación de la bandera argentina Fue
nombrado jefe del regimiento de Patricios en reemplazo
de Saavedra, que había sido condenado a destierro. Pero
el Regimiento se negó a aceptarlo como su jefe, y se
amotinó, en el llamado Motín de las Trenzas, que fue
sangrientamente reprimido. Para recomponer la
disciplina, fue enviado a Rosario a vigilar el Río
Paraná contra avances de los realistas de Montevideo.
Allí, en Rosario a las orillas del Paraná, el 27 de
febrero de 1812 enarboló por primera vez la bandera
argentina, creada por él con los colores de la
escarapela, también obra suya. Lo hizo ante las baterías
de artillería que denominó "Libertad" e "Independencia",
donde hoy se ubica el Monumento Histórico Nacional a la
Bandera. Inicialmente, la bandera era un distintivo para
su división del ejército, pero luego la adoptó como un
símbolo de independencia. Esta actitud le costó su
primer enfrentamiento abierto con el gobierno
centralista de Buenos Aires, personificado en la figura
del ministro Bernardino Rivadavia, de posturas netamente
europeizantes. El Triunvirato reaccionó alarmado: la
situación militar podría obligar a declarar una vez más
la soberanía del rey de España, de modo que Rivadavia le
ordenó destruir la bandera. Sin embargo, Belgrano la
guardó y decidió que la impondría después de alguna
victoria que levantara los ánimos del ejército y del
Triunvirato.
En cuanto a su elección de los colores de la bandera
nacional argentina, tradicionalmente se ha dicho que se
inspiró en los colores del cielo; esta versión es sin
dudas válida aunque no excluyente de otras. Sin embargo,
es muy probable que haya elegido los colores de la
dinastía borbónica (el azul-celeste y el 'plata' o
blanco) como una solución de compromiso: en sus momentos
iniciales las Provincias Unidas del Río de la Plata,
para evitar el estatus de rebelde declararon que
rechazaban la ocupación realista, aunque mantenían aún
fidelidad a los Borbones. Por otra parte, Belgrano
parece haber sido devoto de la Virgen de Luján, y otras
advocaciones de la Virgen (de Chaguaya, de Itatí, del
Valle, de Cotoca, y de Caacupé), cuyas vestes
tradicionalmente son o han sido albi celestes.
En el año 1938 por primera vez se celebró el Día de la
Bandera en Argentina, eligiéndose el 20 de junio, día de
la fecha de su fallecimiento.
Batallas de Tucumán y Salta El
mismo día que hizo flamear esa bandera, en enero de
1812, era nombrado jefe del Ejército del Norte. Debía
partir hacia el Alto Perú, a reemplazar a Juan Martín de
Pueyrredón y engrosar el ejército con las tropas de su
regimiento.
Se hizo cargo del mando en la posta de Yatasto: del
ejército derrotado quedaban apenas 1500 hombres, de los
cuales 400 internados en el hospital; tampoco había casi
piezas de artillería, y no tenía fondos para pagar a los
soldados. Instaló su cuartel en Campo Santo, al este de
Salta. Se dedicó a disciplinar el ejército y organizó su
hospital, la maestranza y el cuerpo de ingenieros. Su
seriedad y su espíritu de sacrificio le ganaron la
admiración de todos y logró levantar el ánimo de las
tropas.
En mayo se trasladó a Jujuy e intentó algunas
operaciones en la Quebrada de Humahuaca. Para levantar
la moral del ejército, hizo bendecir la bandera por el
cura de la iglesia de la ciudad, Juan Ignacio Gorriti,
que había sido miembro de la Junta Grande.
Mientras tanto, el ejército de José Manuel de Goyeneche,
el vencedor de Huaqui, se demoraba en comenzar
operaciones en el sur, retrasado por la desesperada
defensa de Cochabamba. Pero a fines de junio comenzó su
avance hacia el sur.
En esta situación, Belgrano recibió del Triunvirato la
orden de replegarse, sin presentar batalla, hacia
Córdoba. Así fue que dirigió el "Éxodo Jujeño": ordenó a
toda la población seguirlo, destruyendo todo cuanto
pudiera ser útil al enemigo. No pudo hacer cumplir esa
misma orden para la ciudad de Salta, dado que el enemigo
estaba ya muy cerca. La Junta establecida en Buenos
Aires le ordenó una retirada hasta la ciudad de Córdoba,
Belgrano conocedor por experiencia de los territorios
observó que las posibles defensas Córdoba podrían ser
muy fácilmente esquivadas o "puenteadas" por una
ofensiva realista procedente del Alto Perú y e incluso
reforzada desde el reocupado Chile (la ciudad de Córdoba
aunque está a cerca de las sierras se ubica ya en una
llanura escasamente defendible por lo cual, sin
presentar batalla a los patriotas los realistas podían
avanzar directamente hasta Buenos Aires) , lo cual le
hizo considerar la petición de resistencia a ultranza
hecha por el pueblo en San Miguel de Tucumán.
Fue alcanzado en Las Piedras, donde perdió algunos
hombres; pero ordenó un contraataque que resultó exitoso
y levantó la decaída moral de su ejército en retirada.
Cumpliendo las órdenes, se dirigió hacia Santiago del
Estero. Pero los ciudadanos notables de San Miguel de
Tucumán, encabezados por Bernabé Aráoz, lo convencieron
de desviarse hacia esa ciudad. Allí reunió varios
centenares de soldados más y se hizo fuerte en la propia
ciudad. Respondió a un altanero ultimátum del general
Goyeneche fechado en el "cuartel general del Ejército
Grande" con una negativa... fechada en el "campamento
del Ejército Chico".
El jefe del ejército de vanguardia realista, general Pío
Tristán, avanzó hasta las afueras de la ciudad con sus
tropas desprevenidas, con la artillería empacada sobre
las mulas.
Pero cuando el ejército se presentó en el llamado "Campo
de las Carreras", en las afueras de la ciudad, fueron
sorpresivamente atacados por el ejército
independentista. La batalla de Tucumán (24 de septiembre
de 1812) fue increíblemente confusa: cada unidad peleó
por su lado, se desató una tormenta de tierra, e incluso
el cielo se oscureció por una manga de langostas.
Belgrano acampó a cierta distancia, y sólo el llegar la
noche supo que había triunfado. Fue la más importante de
las victorias de la guerra de la independencia
argentina.
Belgrano reorganizó las tropas y avanzó hacia Salta. El
20 de febrero se libró la batalla de Salta en las calles
de la misma, en que logró un triunfo completo, haciendo
inútil la defensa de las tropas de Tristán. Fue la
primera vez que la bandera argentina presidía una
batalla.
Firmó con Tristán un armisticio, por el cual dejó en
libertad a los oficiales realistas, bajo juramento de
que nunca volverían a tomar las armas contra los
patriotas. Esta decisión le valió las críticas de los
miembros del gobierno porteño y de muchos historiadores
actuales. Pero es posible que, si se hubiera portado con
más crueldad, como Castelli en 1811, no hubiera podido
recibir el apoyo que recibió en el Alto Perú.
Como consecuencia de la batalla de Salta, las provincias
alto peruanas de Chuquisaca, Potosí - y más tarde
Cochabamba - se levantaron contra los españoles. Expulsó
al obispo de Salta, cuando descubrió que estaba
cooperando con los realistas.
Campaña al Alto Perú Artículo principal: Segunda
expedición libertadora al Alto Perú
En abril de 1813 inició el avance hacia el norte, al
territorio de la actual Bolivia. Intentó no empeorar las
relaciones con los alto peruanos, que habían quedado mal
predispuestos contra los porteños desde las imprudencias
de Castelli y Monteagudo. Pero hizo ejecutar a los
juramentados de Salta, que habían violado el juramento
por el que habían sido liberados: les cortó las cabezas
y las hizo clavar con un cartel que decía "por perjuros
e ingratos".
En junio entraba con su ejército de 2.500 hombres en
Potosí, donde reorganizó la administración y nombró
gobernadores adictos en casi todo el Alto Perú. Mientras
tanto, Goyeneche era reemplazado por Joaquín de la
Pezuela, un general, más hábil que aquél, que pronto
reunió un ejército de casi 5.000 hombres.
Belgrano se puso en marcha con 3.500 hombres, y contando
con el apoyo de las fuerzas indígenas acaudilladas por
Cornelio Zelaya, Juan Antonio Álvarez de Arenales,
Manuel Asencio Padilla e Ignacio Warnes. Éste último
había sido nombrado gobernador de Santa Cruz de la
Sierra por Belgrano, y había logrado extender mucho el
territorio liberado.
Enfrentó a Pezuela el 1 de octubre en la batalla de
Vilcapugio, donde en un primer momento pareció que podía
lograr la victoria. Un sorpresivo contraataque realista
logró una victoria total para Pezuela. En ella perdió
poco menos de la mitad de sus tropas, casi toda su
artillería y su correspondencia. Por ésta, Pezuela supo
que Belgrano esperaba refuerzos. Por eso forzó
rápidamente una nueva batalla.
En la batalla de Ayohuma, del 14 de noviembre, no atinó
a ocultar la disposición de sus tropas, lo que permitió
que Pezuela lo atacara con seguridad, cambiando de
frente. Fue una completa victoria realista.
Por otro lado, el mismo Belgrano reconoció que le
faltaron dos importantes oficiales, Manuel Dorrego y
Martín Miguel de Guemes, que talvez pudieron haber
logrado el éxito, o al menos haber contenido mejor a los
realistas luego de la derrota.
Como consecuencia de estas dos derrotas se retiró a
Jujuy, dejando las provincias del Alto Perú en manos del
enemigo. Quedaban en esas provincias varios jefes
guerrilleros, los más destacados de los cuales fueron
Arenales, Warnes y Padilla, que dieron mucho trabajo a
su enemigo hasta el regreso del Ejército del Norte, al
año siguiente.
Pero no sería bajo el mando de Belgrano: injustamente
cuestionado por el gobierno de Buenos Aires, en enero
dejaba el mando del Ejército del Norte al entonces
coronel José de San Martín en el encuentro de La Posta
de Yatasto, Salta. Belgrano se puso a órdenes de San
Martín como su segundo, pero a los pocos días regresó a
Buenos Aires, seriamente enfermo por afecciones
contraídas durante sus extensas campañas militares,
probablemente paludismo y tripanosomiasis.
Pese a encontrarse con un ejército material y
anímicamente diezmado, San Martín reconoció en todo
momento la gran labor libertadora desempeñada por
Belgrano al frente de las terribles campañas del Alto
Perú, profesándole en todo momento un gran respeto y
admiración.
Su fracaso en esta campaña es considerado como
determinante de la posterior separación entre Argentina
y Bolivia. Tal secesión parece deberse sin embargo a
causas más profundas, tal como el inexplicable
desinterés del gobierno de Buenos Aires, que en una
carta fechada el 9 de mayo de 1825 le responde al
mariscal Antonio José de Sucre que es voluntad del
Congreso General y Constituyente que las provincias del
Alto Perú queden en plena libertad para disponer de su
suerte, según crean convenir mejor a sus intereses y a
su felicidad.
Diplomacia en Europa Siguió
prestando servicios a la causa argentina en el plano
diplomático. En 1814–1815 viajó - con mucho riesgo para
su vida, no solo por estar enfermo sino por ser
considerado un súbdito rebelde - a Europa para negociar
el reconocimiento de la independencia ante las potencias
del Viejo Mundo, aunque sin obtener resultados.
Estatua ecuestre, en Plaza de Mayo rinde homenaje a
Belgrano desde 1873.Fue enviado junto con Rivadavia a
Londres, para negociar con el gobierno inglés y con el
rey de España. No es seguro qué actitud debían tomar
respecto de éste, si conseguir la independencia o
reconocerlo como monarca constitucional. Rivadavia
llevaba instrucciones secretas, que Belgrano no conocía:
negociar preferentemente con Londres y ofrecer la corona
del Reino del Río de la Plata a un príncipe español o
inglés. De paso por Río de Janeiro, se entrevistaron con
lord Strangford, el embajador inglés. También estaba en
esa ciudad Manuel José García, enviado por Alvear para
negociar otras opciones; entre ellas, la incorporación a
Inglaterra como colonia.
Llegados a Londres, no lograron entrevistarse con el
canciller Castlereagh. Temiendo quedar aislados,
intentaron coronar al príncipe Francisco de Paula de
Borbón, un hermano de Fernando VII, con la colaboración
del ex rey Carlos IV. Incluso Belgrano redactó un
proyecto de constitución, casi copiada de la inglesa,
con su cámara de Nobles, de Comunes, y su nobleza.[11]
Es en ese viaje que observó la feroz hostilidad de casi
todos los gobiernos europeos de entonces a los estados
republicanos o democráticos. Se trataba de la época de
la Santa Alianza en Europa. Esto explica que a su
regreso de la misión en Europa, a mediados de 1815 haya
propuesto, como San Martín y por idénticos motivos, un
gobierno de transición que fuera del tipo monárquico
constitucional.
Su propuesta implicaba una monarquía casi nominal que
ofrecía el trono a los descendientes de los Incas, y un
gobierno efectivo de tipo parlamentario, con el objeto
de lograr el pronto reconocimiento a nivel internacional
de la independencia argentina. Esta propuesta fue
ridiculizada por sus contemporáneos. Sin embargo, habría
obedecido a un muy inteligente cálculo por parte de
Belgrano: la oferta de la corona a los Incas buscaba
atraer la adhesión de las poblaciones de las actuales
zonas andinas de Bolivia, Perú y Ecuador al movimiento
emancipatorio que se gestaba desde Argentina.
Fue, con San Martín y Bernardo de Monteagudo, uno de los
principales promotores de la declaración definitiva de
la independencia argentina en San Miguel de Tucumán, el
9 de julio de 1816.
La guerra civil Al
llegar a Buenos Aires fue puesto a cargo del ejército de
operaciones contra los federales de provincia de Santa
Fe, en reemplazo de Juan José Viamonte. Éste estaba
sitiando la villa de Rosario. Su segundo era Eustoquio
Díaz Vélez, el mismo que había sido su segundo en
Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma. Lo envió a exigir
rendición a los santafesinos, pero éste -tratando de
evitar una guerra civil- acordó el llamado Pacto de
Santo Tomé con el gobernador Mariano Vera, en abril de
1816. Por este tratado depuso a Belgrano como jefe del
ejército, colocándose él mismo en su lugar. Esta
rebelión de Díaz Vélez provocó la caída del director
Ignacio Álvarez Thomas. Pocos días más tarde, una
comisión porteña integrada - entre otros - por Díaz
Vélez firmaría un nuevo tratado con Santa Fe, que
terminaría por ser dejado de lado por el nuevo Director,
Antonio González Balcarce, y por el Congreso de Tucumán,
provocando que el caudillo federal José Artigas y el
gobierno de Santa Fe se negaran a enviar diputados de
los pueblos del litoral al Congreso que declararía la
Independencia Argentina.
En agosto de 1816 se hizo cargo nuevamente del Ejército
del Norte; pero no pudo organizar una cuarta expedición
al Alto Perú, como era su sueño. Sólo alcanzó a enviar
al teniente coronel La Madrid en una campaña menor, en
marzo de 1817, hasta las cercanías de Tarija. Pero La
Madrid, después de una pequeña victoria, y con apenas
400 hombres, atacó Chuquisaca por sorpresa. Fue
derrotado y tuvo que huir por la sierra y la selva,
volviendo a Tucumán por el camino de Orán.
También en 1817, por orden del Congreso de Tucumán,
envió a sus mejores tropas a aplastar la revolución
federal de Santiago del Estero, acaudillada por Juan
Francisco Borges. Por su orden, éste fue apresado y
fusilado por el teniente coronel Lamadrid. Pasó dos años
acantonado en la fortaleza de La Ciudadela, en Tucumán,
sin recursos para seguir la guerra.
Se le ordenó repetidas veces utilizar divisiones del
Ejército del Norte contra los federales de Santa Fe.
Envió contra ellos al coronel Juan Bautista Bustos, que
no logró doblegar la resistencia del caudillo
santafesino Estanislao López.[14] Pero no combatió
personalmente a los federales, y continuamente se
quejaba al gobierno de la inutilidad de esa guerra,
advirtiendo a las autoridades establecidas en Buenos
Aires que la población de las provincias estaba
descontenta del centralismo:
"Hay mucha equivocación en los conceptos: no existe tal
facilidad de concluir esta guerra; si los autores de
ella no quieren concluirla, no se acabará jamás... El
ejército que mando no puede acabarla, es un imposible.
Su único fin debe ser por un avenimiento... o veremos
transformarse el país en puros salvajes..."
A mediados de 1819, cuando estaba ya muy enfermo, el
general Rondeau, nuevo Director Supremo, ordenó que el
Ejército del Norte y el de Los Andes abandonaran la
lucha contra los realistas para aplastar las rebeldías
provinciales. San Martín sencillamente ignoró la orden,
mientras Belgrano obedecía a medias: ordenó a sus tropas
iniciar la marcha hacia el sur, pero pidió licencia por
enfermedad y delegó el mando en su segundo, Francisco
Fernández de la Cruz.
Se instaló en Tucumán, pero a poco de llegar fue
sorprendido por un motín en esa provincia, que llevó al
gobierno a su viejo conocido Bernabé Aráoz, y terminó
con el general en prisión. Su médico particular, el
escocés Joseph Redhead - a quien había conocido después
de la batalla de Tucumán y que lo había acompañado desde
entonces - tuvo que interceder por él para que no fuera
encadenado. Fue también él quien preparó su viaje a
Buenos Aires.
La provincia de Tucumán negó su obediencia al
Directorio. Dos meses más tarde, también el Ejército del
Norte se negaría a apoyar al gobierno central contra los
federales: al llegar a Santa Fe, el general Bustos
dirigió el llamado motín de Arequito, y el Ejército del
Norte fue disuelto.
Su muerte
alberga como Documento histórico el:
Testamento de Manuel Belgrano Llegó a Buenos Aires en
plena "anarquía del año veinte", ya seriamente enfermo
de hidropesía. Esta misma enfermedad lo llevó a la
muerte, el 20 de junio de 1820, en momentos en que
arreciaba la crisis política en la Capital; ese día es
recordado como Día de los tres gobernadores.
En el lecho de muerte fue examinado por un médico que lo
atendió en su casa, al no poder pagarle por sus
servicios, pues en ese momento estaba sumido en la
pobreza, quiso darle un reloj como pago, ante la
negativa del galeno a cobrarle, Belgrano tomó su mano y
puso el reloj dentro de ella, agradeciéndole por sus
servicios.
Una de sus últimas frases fueron de esperanza, a pesar
de los malos momentos que pasaban tanto él como su
patria:
...sólo me consuela el convencimiento en que estoy, de
quien siendo nuestra revolución obra de Dios, él es
quien la ha de llevar hasta su fin, manifestándonos que
toda nuestra gratitud la debemos convertir a su Divina
Majestad y de ningún modo a hombre alguno.
Manuel Belgrano
Murió en la pobreza, a pesar de que su familia había
sido una de las más acaudaladas del Río de La Plata
antes de que Manuel Belgrano se comprometiera con la
causa de la independencia.
En medio de la crisis que se abatía sobre la provincia
de Buenos Aires, su fallecimiento pasó prácticamente
desapercibido. El único periodista que prestó debida
atención a ese hecho fue el fraile franciscano
Castañeda.
Cumpliendo con su última voluntad, su cadáver fue
amortajado con el hábito de los dominicos y fue
trasladado desde la casa paterna en la que murió (actual
avenida Belgrano, nº 430) al Convento de Santo Domingo,
recibiendo sepultura en un atrio. El mármol de una
cómoda de su casa sirvió de lápida para identificarlo.
Los dientes del prócer El 4 de septiembre de 1902, una
comisión designada por el presidente de la Nación, Julio
Argentino Roca, procedió a exhumar los restos para
trasladarlos a la urna que sería depositada en el
monumento que se inauguraría en octubre de ese año en el
mismo atrio de Santo Domingo. Dicho monumento se
construyó por suscripción popular.
Levantada la lápida, se retiraron los huesos que fueron
colocados en una bandeja de plata. Entre ellos se
encontraron algunos dientes, uno de los cuales fue
tomado por el ministro del interior, doctor Joaquín V.
González, y otro por el ministro de Guerra, coronel
Pablo Ricchieri. Este hecho fue publicado y condenado
por los principales diarios porteños y concluyó cuando
el prior de Santo Domingo comentó, en cartas al diario
La Prensa, que había recibido ambos dientes. El ministro
González se había justificado ante el prior diciendo que
se había llevado el diente para mostrarlo a sus amigos,
y Ricchieri dijo que el lo retiró para presentarlo al
señor general Bartolomé Mitre.
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