A los cuatro ángeles que me sirvieron de inspiración
Julián, Gianna, Noelia y Gonzalo
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Existe un lugar donde todo es luz, resplandor, brillo… donde hay mucha paz y se
escuchan coros de voces angelicales por doquier.
Este hermoso sitio es el país de los Ángeles, ahí donde la Tierra y el Cielo se
confunden en un solo horizonte. Se une el mar con la montaña, el valle con las
cascadas.
En este país, Dios utilizó los mejores colores de su acuarela para pintar, las
distintas tonalidades de verdes, azules, rosados, ocres, amarillos, dorados y
plateados. Todos ellos contrastan con el blanco de los seres que allí habitan y
están resaltados por el brillo que sus hermosas figuras dispersan por donde
pasan.
Existen flores silvestres de todas las variedades y colores que
adornan y perfuman los prados; frondosos árboles se agrupan formando
bosquecillos al pie de las montañas, ahí donde nacen los ríos de aguas
cristalinas y pececitos multicolores. |
No existen los días nublados, el Sol siempre está presente y por las
noches, las estrellas y la luna, que está siempre llena, brillan con tanta luz
que casi no se nota la diferencia. El viento no es más que una suave brisa que
ayuda en el andar a estos maravillosos seres de este país.
No se ven rostros tristes. Es más, la tristeza, no existe. Acá todo
es alegría, amor, bondad y sobre todo paz. Mucha paz.
Las nubes, cuan grandes capullos de algodón, bajan por la ladera de
las montañas y es ahí donde los habitantes de este mágico lugar se sientan a
conversar y a cantar. Y cuando esto sucede, los pajaritos del lugar callan sus
trinos para disfrutar de las más dulces melodías que pueden existir.
Unas mariposas se posan tímidas y cautelosas sobre los rizos dorados de un ángel
que, pacientemente, recorre el jardín tratando de recuperar a un rosal que
estaba mustio y cabizbajo.
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Cuenta la leyenda que en el país de los ángeles,
cada vez que en la Tierra hay mucha gente triste, se
seca una de estas plantas. Son las flores más
delicadas e imponentes del lugar.
El ángel Eyael, es el encargado de tratar que no suceda, de que
recupere los deseos de vivir. Es así que con mucho amor, paciencia y delicadeza
comienza a acariciar la planta, sin cuidado alguno porque los rosales de este
lugar no tienen espinas, no tienen de quién defenderse.
De repente, siente a lo lejos ruidos entre los arbustos. Se da
vuelta y ve a un pequeño ángel de cabellos lacios que posee la sonrisa más dulce
que jamás había visto.
- Oye niña qué hermosa eres - le dijo asombrado -Ven hacia aquí. Eres
nueva por lo que veo. Ven, no temas. En este lugar no existe el miedo, porque no
existe el mal. Acércate – y le extendió su mano.
La temerosa niña, le dio la mano y Eyael, con mucha dulzura, la beso
en la frente.
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- Bienvenida al mundo de la paz hermosa niña – le dijo sonriendo. Mi
nombre es Eyael y ¿el tuyo?
- El mío es Gianna
- Gianna… ¿Sabés? - Le dijo Eyael - tu nombre significa llena eres de
gracia. Por eso es que estás aquí. Dios Padre te ha elegido mi niña para que
estés en este bello lugar, donde reina la paz, el amor, la armonía. ¡No temas!
nada malo te sucederá de ahora en más. Acá tienes la libertad de andar y hacerte
amiga de todos los seres que habitan este paradisíaco lugar. Tu alitas te
permitirán desplazarte hacia los lugares que jamás imaginaste. Y pronto te será
designado un ser de la Tierra, a quién deberás proteger de todo mal.
La niña, sonriendo, le agradeció la bienvenida y juntos se pusieron a recomponer
el rosal. Eyael le contó la historia de estas flores.
- Últimamente se están marchitando bastante seguido; eso es seña que hay mucha
gente triste en la Tierra. – comentó.
Es increíble cómo las flores tomaron vida al contacto de las manos de la niña…
- ¡Bien! - Exclamó Eyael - se nota lo especial que eres Gianna, jamás
reaccionan tan rápido y mira qué bellas están desde que comenzaste a
arreglarlas.
- ¡Qué hermoso es todo por acá! - dijo asombrada la niña - ¡Cuánta luz!
¡Cuánto brillo! ¿Siempre es así?
- Siempre mi niña… porque este es un lugar para elegidos, como tú, como
yo…como ellos - Dijo señalando un grupo de ángeles que cantaban sobre una gran
nube de color rosa. Acompáñame - le dijo Eyael, tendiéndole su mano - te llevaré
a recorrer el lugar.
Así dejaron el prado y volando cruzaron un cristalino río, llegaron a la
montaña. La carita de Gianna mostraba su alegría inmensa de poder contemplar
tanta belleza y paz juntas.
De repente ante sus ojos se desplegó un inmenso arcoíris, muy
similar al de la Tierra, pero mucho más brilloso, los colores eran bellísimos.
Eyael se detuvo de improviso porque vio que al final del arco había alguien y lo
que más lo sorprendió es que le parecía que estaba sollozando.
- ¿Me acompañas? – le dijo a Gianna - No sé quién es y por lo que
presiento, está llorando.
- Sí, voy contigo – respondió la niña.
Así, tomados de la mano, comenzaron a volar por las cascadas gigantes de colores
que formaban aquel inmenso arco iris, hasta llegar al final…
Ahí, sentada, en una nube con sus bracitos cruzados sobre las piernas, se
encontraba una jovencita.
- ¡Hola! -le dijo Eyael - ya no llores. Aquí estamos para ayudarte y
acompañarte.
La niña levantó la mirada y un par de ojos azules impactaron a Eyael que no
podía salir de su asombro. Sus cabellos eran oscuros y la tez muy blanca. ¡Qué
hermosa es! , pensó el ángel.
Al instante, Gianna corrió a su encuentro y ambas se fundieron en un abrazo
interminable.
- ¿Se conocen? - preguntó Eyael sin entender nada de lo que estaba
sucediendo.
- ¡Si! - exclamó Gianna - Ella es Noelia, mi amiga del alma.
- Ven, Noe, te presento a Eyael, él es el Ángel Guardián de este lugar.
No tengas miedo amiga, acá todo es hermoso, ya verás.
Así, Noelia tomó la mano de ambos y juntos recorrieron el arcoíris, hasta llegar
al prado de los rosales.
- Noelia, si no me equivoco significa Natividad, nacimiento - dijo Eyael
- Hoy ha renacido un ángel. Dios les hizo un regalo a los seres de la Tierra
durante estos años dejándote allá. Pero tú, al igual que ella, pertenecen a este
reino. Así que
¡Ha disfrutarlo pequeñas!
La carita de Noelia manifestaba el asombro y la alegría de estar junto a su
amiga en aquel lugar maravilloso.
Gianna le contó sobre los rosales y juntas se pusieron a arreglarlos; un sin
número de mariposas de los más variados y resplandecientes colores las rodeaban
haciendo que su aura se tornara cada vez más resplandeciente.
Eyael las observaba desde la rama de un manzano. Estaba feliz de tenerlas ahí.
Se notaba a lo lejos que eran el complemento perfecto entre ellas. A Gianna se
le veía el aura rosada y a Noelia, azul. Era un placer observarlas entre medio
de los rosales acariciándolos, correteando entre ellos.
Luego, ambas se dirigieron hasta uno de los arroyos que surcaban el prado. Se
las veía conversar. Por momentos escuchaban atentas el coro angelical que sonaba
desde lo alto de una nube.
De repente, llegaron al lugar pequeños angelitos que corrían de un lugar hacia
otro, tras las mariposas. Sus risas eran inigualables, inconfundibles. ¡Qué
bellos eran! Su luz era diferente a la de los demás ángeles. Tenía tintes
dorados. Era espectacular.
Se acercaron a las niñas y uno de ellos les dijo:
- Hola. Soy Julián, ¿quieren jugar con nosotros? Vengan, les mostraremos
nuestro lugar.
Sin pensarlo un instante, Gianna y Noe, estaban tras los pequeños angelitos,
siguiéndolos en su camino.
Eyael los observaba desde el manzano en silencio. Sabía que nada les iba a
suceder. En aquel sitio no existían los peligros, no había por qué preocuparse
ni de qué defenderse.
Así, llegaron a un lugar de ensueño. ¡Era el país de las maravillas! Había
muchos angelitos pequeños corriendo por doquier. Los colores rosa y celeste los
diferenciaban a niñas de niños.
- ¿Les gusta? – les preguntó Julián - Este es nuestro lugar. Aquí
habitamos los más pequeños. Aunque a partir de hoy tenemos un nuevo amigo. Le
dijimos que los más grandes están en el otro prado pero prefirió quedarse con
nosotros. ¿Quieren conocerlo?
- ¡Por supuesto!!- contestaron las niñas al unísono.
- Lo encontramos durmiendo a la sombra de un nogal. Es el joven con los
ojos más parecidos al cielo que hemos visto - les comentó el pequeño.
- Vamos entonces- dijeron las niñas.
Y así, caminando tranquilos por aquel paraíso lleno de risas fueron en busca de
este nuevo amigo.
Lo encontraron de espaldas, sentado con la mirada perdida en la
inmensidad del universo. Rodeado de blancas palomas que murmuraban vaya a saber
qué cosas, algunas se posaban en su mano, otras en su hombro, y él las dejaba.
- Se llama Gonzalo- les dijo Julián.
Ante ésta aclaración, las niñas manifestaron su asombro y mirándose una a la
otra, juntas exclamaron:
- ¿Gonzalo?
Al escucharlas, el joven se dio vuelta. Era él, su entrañable amigo de la
Tierra…
Ambas corrieron y los tres se unieron en un abrazo interminable.
Era increíble el brillo que tenían juntos. En ese momento todo se enmudeció en
aquel sitio. Hasta la brisa dejó de soplar para contemplar el encuentro de estos
tres amigos.
Los colores del arco iris se tornaron más resplandecientes que de costumbre.
El Creador los observaba desde su lugar y se sentía feliz de ese reencuentro.
Eyael, ajeno a lo sucedido hasta ese momento, bajó del árbol y fue a ver qué
pasaba con sus nuevas amigas.
Las encontró abrazadas y muy felices junto a este nuevo Ángel al que aún no
conocía.
Julián corrió a su encuentro junto a otros pequeños más, para contarle la buena
nueva…
- Hola Eyael, mira, tenemos a un nuevo amigo, llegó hace poco, se llama
Gonzalo.
Cuando lo encontramos, le dijimos que lo llevaríamos junto a ti, pero prefirió
quedarse con nosotros. Es muy alegre, le gusta jugar y corretear por todos
lados.
- Por lo que veo se conocen - comentó Eyael al ver la escena entre los
tres amigos.
- Sí. – respondió Julián - Por lo que escuchamos deben haber llegado
juntos y están felices de haberse reencontrado.
Eyael se tornó algo pensativo y se quedó en silencio por un instante. Los
pequeñitos respetaron ese momento.
- Gonzalo es un nombre que significa que siempre está listo para luchar,
que es complaciente y está dispuesto a ayudar a quienes lo necesitan. ¿Lo
sabían?
- No, Eyael. –respondieron los angelitos.
- Ellos están aquí porque nos hacen mucha falta para ayudar a los que
quedan en la Tierra, son tres seres especiales que indudablemente no pertenecen
a aquel lugar. Desde el día en que nacieron, Nuestro Señor les ha encomendado
una misión y están acá para cumplirla.
Gianna, Noelia y Gonzalo. Desde hoy tres nuevos habitantes de este, nuestro
lugar. Tres ángeles guardianes con la sonrisa y la mirada más dulce que he
visto. – comentó Eyael, a los angelitos que casi sin pestañar lo escuchaban
atentos.
- ¿Vamos a su encuentro? – les dijo el Ángel.
Y se dirigieron hacia donde estaban los tres…
- Mira Eyael - le dijo Gianna - éste es nuestro amigo Gonzalo, acabamos de
encontrarlo.
- Hola Gonzi, bienvenido a casa - le dijo el Ángel abriendo sus brazos
para darle un abrazo.
El jovencito, sin dudarlo, fue hacia él y ambos se abrazaron.
¡Por Dios! ¡Cuánta belleza había en su carita! Sus ojos eran profundos y
celestes como el cielo. Y las pecas que adornaban sus pómulos lo hacían más
alegre.
- Este es tu nuevo hogar jovencito. Desde hoy serás habitante de este
lugar donde todo es paz, alegría, donde no existe el mal, el rencor, la
injusticia… Quiero que sepas que sos un elegido, como tus amigas, como yo y como
cada uno de los seres que viven aquí. Juntos te llevaremos a recorrer cada
rincón de este paraíso y verás que todo es bueno.
- Gracias Eyael –dijo Gonzalo - me siento muy bien de estar aquí y más
ahora que encontré a mis amigas. Jamás imaginé que pudiera existir un lugar así.
- Ahora tienes el privilegio de ser un ser superior. Ya no volverás a
sufrir jamás. Éste es tu lugar, y todo lo demás debe quedar en el olvido. Ahora
ven con nosotros así juntos te mostramos nuestro lugar. – le dijo Eyael.
Era maravilloso verlos desplazarse por aquellos prados. Los tres caminaban
abrazados y Eyael los seguía desde atrás, feliz de contemplar tan tierna y
emotiva escena.
Pronto tendría que presentarlos ante los demás ángeles.
- Tendrán que integrarse y hacer nuevos amigos - Pensó.
Esperaría un día más para que terminen de conocer el lugar.
Eyael era un ángel integrador que se dedicaba a cuidar la naturaleza y a mostrar
los poderes de Dios sobre ella.
En su país era el encargado de la organización del lugar. Había varias
categorías de ángeles y él sin ser el líder trataba de que todo marchara muy
bien.
Esa tarde, Gianna, Gonzalo y Noelia, caminaron tratando de descubrir cada
rinconcito del territorio. Después se sentaron a conversar a la orilla de uno de
los tantos arroyos que surcaban los prados.
Eyael respetó cada momento pero sin dejar de observarlos. Desde lo lejos, miraba
cautelosamente qué es lo que hacían.
En un momento, los vio cabizbajos y no dudó un instante en ir hacia ellos.
- ¿Qué les pasa a mis tres nuevos angelitos? ¿Qué es lo que los pone
tristes? Creo haberles dicho cuando llegaron que acá la tristeza no existe.
¿Por qué no me cuentan?
Sin titubear, Gianna, le respondió:
- Lo que pasa es que estamos tristes porque desde aquí presentimos que
nuestros seres queridos, allá en la Tierra, nos extrañan mucho y no se resignan
a que ya no estemos a su lado. No queremos que estén así. Deseamos que estén en
paz como nosotros aquí. Pero cómo hacer para llegar hasta ellos y lograr que
eso suceda.
- Ya no se preocupen - respondió Eyael - Eso va a pasar por naturaleza
divina y el tiempo será el responsable más directo para que se dé. Es normal que
los extrañen. Pero lo que pasa es que aún no sienten que ustedes siguen estando
ahí, junto a ellos. Sólo deben encontrar en sí mismos la paz sublime y
comenzarán a sentir su presencia.
Y prosiguió:
Especialmente en la fuerza para seguir viviendo día a día sin la presencia
física de ustedes porque en el momento en que comiencen a sentirlos juntos a
ellos, recuperarán la sonrisa y sentirán mucha paz como ustedes pueden sentirla
hoy. Son los
- encargados de transmitírselas, al igual que a la alegría.
Los tres jovencitos parecían sentirse mejor después de las palabras del Ángel
Eyael. Él siempre lograba calmar sus ansiedades y sobre todo transmitirles la
paz que necesitaban para poder ser verdaderos ángeles y cumplir su misión.
En este país, los días y las noches se suceden casi sin notarlo. Los
tres nuevos ángeles se deleitaban contemplando los amaneceres y los atardeceres.
Les gustaba correr entre las nubes, deslizarse en el arcoíris…
A Gianna no se le olvidó lo que Eyael le contó sobre los rosales.
Así, junto a Noelia, pasaban horas cuidándolos.
- ¿Por qué habrá tanta gente triste en la Tierra? – se preguntó Gianna –
¡Si supieran lo que les espera! Si pudieran valorar las cosas que realmente
valen la pena. Si pudieran disfrutar de los pequeños momentos y tratar de ser
cada día mejores personas, todo sería diferente. ¿No lo crees así Noe?
- Sí amiga. Estoy de acuerdo con lo que dices pero nosotras nos damos
cuenta ahora que estamos acá. Piensa que muchas veces reaccionamos como lo hacen
ellos.
- Tienes razón - comentó Gonzalo – La mayoría de las veces nos
preocupamos por cosas que no tienen un verdadero valor y por eso, no
disfrutamos de lo que vale la pena. Tenemos que ser fuertes y poner mucha
voluntad para ayudar a nuestra gente.
En ese momento Eyael los convocó a un lugar aún desconocido para ellos.
- Vengan conmigo – les dijo.
- ¿Adónde vamos? – preguntó Noelia.
- Quiero presentarles a sus amigos. Sólo han conocido a los más pequeños.
Síganme.
Luego de caminar un largo rato, llegaron a un bosquecito de árboles floridos y
sentados alrededor de una laguna central, se encontraban millones de ángeles.
Era impresionante ver el brillo que de ellos surgía. Nunca habían contemplado
tanta belleza junta.
Eyael les contó que entre ellos estaban todas las clases de ángeles que
existían. Estaban los Serafines, los Querubines, los Principados, los
Arcángeles, y los Ángeles guardianes o acompañantes.
Cada uno de ellos tiene su misión y su poder.
También los presentó a los tres y todos los ángeles elevaron una melodía de
bienvenida que era lo más dulce que hasta hoy había sonado a sus oídos.
- Este es el lugar donde nos reunimos cuando necesitamos unir nuestras fuerzas –
les dijo Eyael - ante una misión muy importante o como hoy, para darles la
bienvenida a los nuevos habitantes del lugar.
Y agregó:
- Ustedes, mis jovencitos, desde hoy serán Ángeles acompañantes o
guardianes. Deberán ser guías y acompañantes de quienes los convoquen. Porque
les cuento que la única manera de estar junto a ellos es a través de sus
oraciones y su llamado. Sólo podrán estar ahí, antes sus pedidos.
Una sonrisa reluciente se dibujó en la carita de cada uno de ellos. Eran
felices, muy felices. Los tres sabían que muchos de sus seres queridos los
convocarían y que podrían estar junto a ellos acompañándolos, guiándolos,
protegiéndolos de los males terrestres.
Sólo tienen que aprender a encontrarlos, a sentirlos. En el brillo de las
estrellas, en la magia cautivante de la luna, en la brisa que corre silenciosa,
en
el vuelo de una mariposa, en un suspiro que no comprendemos de dónde salió. En
un escalofrío que de repente surcó nuestro cuerpo y no le encontramos la causa.
Ellos están y siempre estarán junto a nosotros. Sólo tenemos que
invocarlos y tener presente que están donde tienen que estar porque son nuestros
elegidos, porque son superiores, porque nos aman y dieron su vida por nosotros
para que cada día que amanece, junto a ese sol que nace cada mañana, renazca la
esperanza de un mundo mejor, con mucho brillo, con mucha paz y con mucho amor.
Cuento de HEBI OLOCCO
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Córdoba República Argentina enero 2009
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