El 20 de julio es el día del amigo. Miro el almanaque y veo un
cuadradito chiquito que encierra un número. Entonces imagino que el cuadradito
crece, crece, se transforma en la manzana de la casa en que vivía cuando era
niña, crece un poco más y se transforma en la plaza por la que mis pasos
adolescentes cruzaban siempre apurados por llegar al encuentro... y crece más,
mucho más... y se convierte en el mundo... el mundo que fui recorriendo a través
de los años y que me dio tantas cosas y me quitó tantas otras... En el almanaque, el día del amigo tendría que ser un círculo infinito y no un
cuadradito. Porque la amistad no es un encierro limitado por cuatro lados, sino una
apertura permanente, un universo que se abre para que el sentimiento vuele,
pájaro luminoso, y para que todo lo que somos y lo que tenemos se multiplique
en un sinfín de espejos milagrosos. Soy tu amiga y te quiero porque una vez me prestaste tu pañuelo para secar mi
llanto y nunca me pediste que te lo devolviera. Soy tu amiga y te quiero porque muchas veces tendiste hasta mí tu interés, como
un puente invisible, para que las palabras de mi confidencia fueran desde mi
voz hasta tu pensamiento con la confiada desnudez de un jazmín... y las
recogiste cariñosamente, haciendo con ellas un ramito de recuerdos, sin
olvidarlas nunca. Y porque me abriste la puerta de tu corazón sin esconder nada de lo que tenías
dentro de él, y me dejaste tocar la traslúcida piel de tu alegría y tu
esperanza sin ponerte en guardia, con esa generosidad temeraria que da la
confianza. Soy tu amiga y te quiero porque comprendiste mis temores y mis debilidades.
Porque me permitiste conocer tus temores y tus debilidades. Porque nada de lo mío te ha resultado jamás indiferente. Porque no te erigís en juez para juzgar mis actos, sino que te ponés de mi
parte, defendiéndome ante los demás, aunque a veces no estés de acuerdo con mis
convicciones o mi manera de encarar las cosas. Soy tu amiga y te quiero porque, sin que nadie nos vea, me has quitado la venda
de los ojos y me has hecho ver la realidad. Porque podemos compartir la palabra "compartir". Porque no nos sonrojamos cuando decimos que lo más importante en la vida es el
amor. Porque guardamos boletos capicúa, florcitas secas entre las páginas de los
libros, porque subrayamos las frases que nos conmueven, sabemos de memoria las
letras de algunos boleros, vimos ocho veces Hiroshima mon amour y lloramos cada
vez que pasan Casablanca por televisión. Y, fundamentalmente, porque aunque no nos veamos ni nos hablemos por un tiempo,
estás cuando te necesito y estoy cuando sé que me necesitas. Del libro VENTANAS |
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