Anécdotas del Gral.
Don José de San Martín
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SAN MARTÍN EL
ABUELO
Merceditas entró llorando en la habitación donde se
encontraba el abuelo, lamentándose de que le habían roto
su muñeca preferida y de que ésta tenía frío. San Martín
se levantó, sacó del cajón de un mueble una medalla de
la pendía una cinta amarilla y, dándosela a la nieta, le
dijo: − Toma, ponle esto a tu muñeca para que se le
quite el frío. La niña dejó de llorar y salió de la
habitación. Un rato después entró la hija del prócer,
madre de Merceditas, y dijo a San Martín: − Padre, ¿no
se ha fijado usted en lo que le dio a la niña? Es la
condecoración que el gobierno de España dio a usted
cuando vencieron a los franceses en Bailén. San Martín
sonrió con aire bonachón y replicó. − ¿Y qué? ¿Cuál es
el valor de todas las cintas y condecoraciones si
no alcanzan a detener las lágrimas de un niño?
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UNA VALIENTE
MADRE MENDOCINA
Cercano a la ciudad de Mendoza está el campo “El
Plumerillo”. Allí, el general San Martín, adiestra los
batallones que días después atravesarán la mole andina,
en pos de la libertad de Chile. Para la revista final de
las tropas, San Martín se ha trasladado a la capital
mendocina, vestida de fiesta para recibir al Gran
Capitán. Un mendocino:- ¡Qué hermoso es todo esto! ¡Cómo
lucen los uniformes de los granaderos! Una mendocina: -
¡Y qué bella se ve la bandera, ofrecida al general San
Martín por las damas patricias. ! Un anciano: - ¡Con
esta bandera al frente, nuestro ejército no perderá una
sola batalla! Relator: - En este momento sale una mujer
desde la multitud y se dirige hacia la tropa. En las
filas del ejército libertador tiene a su esposo y a tres
hijos. La dama mendocina (avanza hacia ellos y los
besa).- ¡Qué Dios y la Virgen os protejan! Este
escapulario que prendo en cada pecho será un escudo
protector. ¡Nada de llanto! ¡Los valientes no lloran;
solo saben luchar por su patria! ¡Ya veis: en mis ojos
no hay una sola lágrima ! ¡Qué orgullosa estoy por haber
dado a la Patria estos cuatro varones! El general San
Martín (se acerca a la esposa y madre ejemplar y
conmovido, le estrecha fuertemente la mano).- ¡Gracias,
noble mujer! ¡Vuestro sacrificio no será en vano! ¿Ahora
sé de donde sacan mis soldados tanta firmeza ! ¡Con
madres como usted la Patria está salvada!
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PREMIO POR OBEDIENCIA
También es conocida su anécdota con el centinela de
guardia que tenía orden de no dejar pasar al laboratorio
del regimiento con botas herradas y espuelas. Para
probarlo, él mismo San Martín fue dos veces con ese
calzado y fue detenido por el cabo. Tras ello, se
presentó con alpargatas y le dio una onza de oro al
soldado, quien había puesto a una institución la ley del
lugar por encima de cualquier persona.
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EL CORREO INDIO
DE SAN MARTÍN
Esperando el momento propicio para entrar en Lima,
capital del Perú, San Martín estableció su campamento en
Huaral. En Lima contaba con numerosos partidarios de la
Independencia; pero no podía comunicarse con ellos
porque las tropas del general José de la Serna, jefe
realista, detenían a los mensajeros. Una mañana, el
general San Martín encontró a un indio alfarero. Se
quedó mirándolo un largo rato. Luego lo llamó aparte y
le dijo; -¿Quieres ser libre y que tus hermanos también
lo sean? -Sí, usía... ¡cómo no he de quererlo! -
respondió, sumiso, el indio. -¿Te animas a fabricar doce
ollas, en las cuales pueden esconderse doce mensajes?
-Sí, mi general, ¡cómo no he de animarme! Poco tiempo
después Díaz, el indio alfarero, partía para Lima con
sus doce ollas mensajeras disimuladas entre el resto de
la mercancía. Llevaba el encargo de San Martín de
vendérselas al sacerdote Luna Pizarro, decidido
patriota. La contraseña que había combinado hacía tiempo
era: “un cortado de cuatro reales” Grande fue la
sorpresa del sacerdote, que ignoraba cómo llegarían los
mensajes, al ver cómo el indio quería venderle las doce
ollas en las que él no tenía ningún interés. Díaz tiró
una de ellas al suelo, disimuladamente, y el sacerdote
pudo ver un diminuto papel escondido en el barro.
-¿Cuánto quieres por todas? Preguntó al indio. .Un
cortado de cuatro reales - respondió Díaz, usando la
contraseña convenida. Poco después, el ejército
libertador, usaba esta nueva frase de reconocimiento.
-Con días y ollas... ¡venceremos!
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¡QUIERO HABLAR CON EL SEÑOR SAN MARTÍN!
El capitán Toribio Reyes, pagador de los sueldos del
regimiento, llega a la casa de San Martín,
para contarle que se ha gastado el dinero que tenía para
pagar a los soldados. Le explica que acude al Señor San Martín,
porque no quiere que se entere el general San Martín,
de una acción tan vil que ha cometido y para expresarle
su arrepentimiento. El libertador le pregunta si el
general lo sabe y Toribio le responde que no, entonces
le dice: - ¿Cuánto dinero necesita? − 20 onzas, que
pienso devolver en cuanto me sea posible - responde. San Martín
le da el dinero y le recomienda, que no se entere el
General San Martín
porque sería capaz de pasarlo por las armas.
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ESTRIBOS DE PLATA.
El granadero Juan Antonio Melián era un gran jinete,
acostumbraba cruzar los estribos y montar de un salto a
lo gaucho, enterado San Martín de la criolla costumbre
le dice al bravo soldado ¿Así cumple los reglamentos de
su arma un oficial argentino?. Como castigo le impuso
unos días de arresto que Melián cumplió religiosamente.
Días antes de culminar su encierro el propio San Martín
se presento a la celda donde estaba el detenido y antes
de levantar la sanción con gran sabiduría le dijo: “por
su bravura y como recuerdo, le regalo a usted estos
estribos de plata que yo mismo usé en Bailén. Sírvase de
ellos y verá que para cercenar cabezas godas, nada es
mejor ni más conveniente que afirmarse bien sobre
estribos”. |
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