Cuando duermes, no me atrevo mirarte mi amor

Cuando duermes, no me atrevo mirarte mi amor

 

Cuando duermes, no me atrevo mirarte

poesía para leer y guardar

Cuando duermes, no me atrevo mirarte mi amor

No me atrevo a mirarte sin motivo.

Y si duermes,
necesito una razón para no verte.

Porque es como si un ángel
dormitara en tus pestañas.
Y es difícil discernir
quién está velando a quién.

Es como si el mar que

hay en tu frente
fuera playa
y tu boca una lanchita
atascada entre un coral.

Y tus manos
y tus pies
tuvieran tres años de edad.

Es como si nunca
hubieras ido a un

shopping mall.

Eres simple
cuando duermes.

Como si te hubieras

desprendido
suavemente
de un suspiro de la luna.

Y tu cuerpo de apóstol

vulnerado,
sutilmente inalcanzable,
embelleciera de dolor.

Como si te hubiera

herido la mañana,
la metrópoli
y yo.

Eres puro
cuando duermes.
Como un trozo recién

hecho de carbón.

Y desvelas a mi alma
a darle el pecho a tu sueño
recién nacido de amor.

No lo sabes.

Que me llora una quietud

vasta de estrellas
si te miro sonreír, crucificado,
levemente quejumbroso
entre el espíritu y la piel.

Sé que duermes siempre

asido de mi mano.
Falsamente redimido,
pasionario y humillado.

Y siento dolor de parto.

Siento piedad de ambos
por amarnos.

©Cristy Battistel Roggio

Compañera perpetua de nuestros

vuelos temerarios;

Ángel guardián de nuestros

temores más ocultos.

Enfermera santa de nuestros

dolores ancestrales.

Tú que das todo por nada,

eres la sagrada piedra fundamental

de nuestra vida.

Tu inmarcesible amor

fue capaz de proezas impensadas.

Tu alma pura se desarma

en pedazos si sufrimos.

Estás hecha de todas las flores

y todos los cantos.

Luz de los caminos más oscuros;

vigilante eterna de nuestros movimientos.

MADRE: divino espejo en el que

queremos mirarnos.

Carro del cielo 

Gabriela Mistral

 

 

Echa atrás la cara,

 

hijo y recibe las

 

estrellas.

 

A la primera mirada,

 

todas te punzan y

 

hielan, y después

 

el cielo mece como

 

cuna que balancean,

 

y tú te das

 

perdidamente

 

como cosa que

 

llevan y llevan…

 

Dios baja para

 

tomarnos en su vida

 

polvareda;

 

cae en el cielo

 

estrellado como

 

una cascada suelta.

 

Baja, baja en el

 

Carro del Cielo;

 

va a llegar y

 

nunca llega…

 

Él viene incesantemente

 

ya media marcha se refrena,

 

por amor y miedo de

 

amor de que nos rompe

 

o que nos ciega.

 

Mientras viene somos

 

felices y lloramos

 

cuando se aleja.

 

Y un día el carro

 

no para, ya desciende,

 

ya se acerca, y

 

sientes que toca

 

tu pecho la rueda viva,

 

la rueda fresca.

 

Entonces,

 

sube sin miedo

 

de un solo salto

 

a la rueda,

 

¡cantando y llorando

 

del gozo con que te

 

toma y que te lleva!

 

Silvita

Diseñadora, Casada, dedico mi sitio a preservar el Arte y la Cultura Infantil, A la memoria de mi sobrina Laura Ambrosio Battistel. Material uso escolar y docente

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