Ay Si Ay No anunciaron que el niño Jesús nació
Ay Si Ay No anunciaron que el niño Jesús nació
A las doce de la noche todos los gallos cantaron y
en su canto anunciaron que el niño Jesús nació.
Ay, sí, ay, no, al niño lo quiero yo.
En el portal de Belén hacían fuego los pastores
para calentar al niño que nació entre las flores.
Señora doña María, aquí le traigo estas peras,
aunque no están muy maduras, pero cocidas son buenas.
Coro de Niños Cantores de Viena
Jesús mío, mi amor,
mi hermoso Niño, te amo tanto…
Tú lo sabes, pero yo quiero amarte más:
haz que te ame hasta donde
no pueda amarte más una criatura,
que te ame, hasta morir…
Ven a mí, Niño mío; a mis brazos,
y ven a mi pecho,
reclínate sobre mi corazón
un instante siquiera,
embriágame con tu amor.
Pero si tanta dicha no merezco,
déjame al menos que te adore,
que doblegue mi frente
sobre el césped que huellas
con tus plantas,
cuando andas en el pastoreo de tu rebaño.
Pastorcillo de mi alma, pastorcito mío,
mira esta ovejita tuya cómo ansiosa te busca,
cómo anhela por ti.
Quisiera morar contigo para siempre
y seguirte a donde quiera que fueras
para ser en todo momento iluminada
con la lumbre de tus bellísimos ojos
y recreada con la sin par hermosura
de tu rostro y regalada con la miel dulcísima
que destila de tus labios.
Quisiera ser apacentada de tu propia mano
y que nunca más quitaras tu mano de ella.
Más, quisiera Jesús mío:
quisiera posar mis labios
sobre la nívea blancura de tus pies.
Si, amor, mío, no quieras impedirme tanto bien;
déjame que me anonade a tus plantas y
me abrace con tus pies y los riegue
con las lágrimas salidas de mi pecho amante,
encendidas en el sagrado fuego de tu amor;
déjame besarte y después…
no quiero más, muérame luego.
Si, muérame amándote,
muérame por tu amor,
muérame por ti, niño mío
que eres sumo bien, mi dicha,
mi hermosura, la dulzura de mi alma,
la alegría de mi pecho,
la paz de mi corazón,
el encanto de mi vida.
Ah, morir enfermo de amor y
de amor por ti, luz mía, que
dicha para mi alma,
qué consuelo, qué felicidad.
Todo tuyo es mi ser,
pues de la nada lo creaste,
y me lo diste y otra vez vino a
ser tuyo cuando me redimiste y
con el precio de tu sangre me compraste; y
otras tantas veces, hasta hoy he sido tuyo,
cuantos son los instantes que he vivido
pues esta vida que tengo, tú mismo a
cada instante me la otorgas,
la conservas y la guardas.
Por eso, Jesús mío,
a ti quiero tornarme,
de quien tantos bienes
en uno he recibido.
Tú, pues serás, de hoy más
mi dueño único.
Tú el único amado de mi alma,
porque sólo tú eres mi padre y
mi hermano y mi amigo; y
solo tú eres mi rey, y creador y
redentor, y tú solo mi Dios y
mi soberano Señor.
Dulce Jesús mío Divino Niño de mi alma:
dime una vez más que sí me amas y
dame en prenda de amor,
de amor eterno, tu santa bendición.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.