Niño chiquito Gabriela Mistral almeja de la noche
Niño chiquito Gabriela Mistral poema
A Fernanda de Castro.
Absurdo de la noche,
burlador mío,
si-es no-es de este mundo,
niño dormido.
Aliento angosto y ancho
que oigo y no miro,
almeja de la noche
que llamo hijo.
Filo de lindo vuelo,
filo de silbo,filo
de larga estrella,
niño dormido.
A cada hora que duermes,
más ligerito.
Pasada medianoche,
ya apenas niño.
Espesa losa, vigas
pesadas, lino
áspero, canto duro,
sobre mi hijo.
Aire insensato, estrellas
hirvientes, río
terco, porfiado búho,
sobre mi hijo.
En la noche tan grande,
tan poco niño, tan poca
prueba y seña,
tan poco signo.
Vergüenza tanta noche
tánto río,
y «tanta madre tuya»,*
niño dormido…
Achicarse la Tierra
con sus caminos,
aguzarse la esfera
tocando un niño.
¡Mudársete la noche
en lo divino,
yo en urna de tu sueño,
hijo dormido!
Gabriela Mistral
I
Mi madre era pequeñita como la menta o la hierba;
apenas echaba sombra sobre las cosas, apenas, y
la Tierra la quería por sentírsela ligera y
porque le sonreía en la dicha y en la pena.
Los niños se la querían, los viejos y la hierba;
la luz que ama la gracia, la busca y la corteja.
A causa de ella será este amar lo que no se alza,
lo que sin rumor camina y silenciosamente habla:
las hierbas aparragadas y el espíritu del agua.
¿A quién se lo estoy contando desde la Tierra extranjera?
A las mañanas la digo para que se le parezcan: y
en mi ruta interminable voy contándola a la Tierra.
Y cuando es que viene y llega una voz que lejos canta,
perdidamente la sigo, y camino sin hallarla.
¿Por qué la llevaron tan lejos que no se la alcanza?
¿Y si me acudía siempre por qué no responde y baja?
¿Quién lleva su forma ahora para salir a encontrarla?
Tan lejos camina ella que su aguda voz no me alcanza.
Mis días los apresuro como quien oye llamada.
II
Esta noche que está llena de ti, sólo a ti entregada,
aunque estés sin tiempo tómala, siéntela, óyela,
alcánzala. Del día que acaba queda nada más que espera y ansia.
Algo viene de muy lejos, algo acude, algo adelanta;
sin forma ni rumor viene pero de llegar no acaba.
¿Y aunque viene así de recta por qué camina y no alcanza?
III
Eres tú la que camina, en lo leve y en lo cauta.
Llega, llega, llega al fin, la mas fiel y más amada.
¿Qué te falta donde moras? ¿Es tu río, es tu montaña?
¿O soy yo misma la que sin entender se retarda?
No me retiene la Tierra ni el Mar que como tú canta;
no me sujetan auroras ni crepúsculos que fallan.
Estoy sola con la Noche, la Osa Mayor, la Balanza,
por creer que en esta paz puede viajar tu palabra y
romperla mi respiro y mi grito ahuyentarla. Vienes,
madre, vienes, llegas, también así, no llamada.
Acepta el volver a ver y oír la noche olvidada en la cual
quedamos huérfanos y sin rumbo y sin mirada.
Padece pedrusco, escarcha, y espumas alborotadas.
Por amor a tu hija acepta oír búho y marejada,
pero no hagas el retorno sin llevarme a tu morada.
IV
Así, allega, dame el rostro, y una palabra siseada.
Y si no me llevas, dura en esta noche. No partas,
que aunque tú no me respondas todo esta noche
es palabra: rostro, siseo, silencio y el hervir la Vía Láctea.
Así… Así… más todavía. Dura, que no ha amanecido.
Tampoco es noche cerrada. Es adelgazarse el tiempo y
ser las dos igualadas y volverse la quietud tránsito lento a la Patria.
V
Será esto, madre, di, la Eternidad arribada,
el acabarse los días y ser el siglo nonada,
y entre un vivir y un morir no desear,
de lo asombradas. ¿A qué más si nos
tenemos ni tardías ni mudadas?
¿Cómo esto fue, cómo vino, cómo es que dura y no pasa?
No lo quiero demandar; voy entendiendo, azorada,
con lloro y con balbuceo y se rinden las palabras
que me diste y que me dieron en una sola y ferviente: –
«¡Gracias, gracias, gracias, gracias!»