Poemas de Navidad Búsqueda alegre para el nacimiento
Poemas de Navidad Búsqueda alegre
©Victoria Lucía Aristizábal
Ayer te vi que subías
Con el burro a la carrera,
Luciendo de azul y blanca
Y el pañuelito de seda.
Dime, dónde vas virgencita,
Dime, dónde vas apurada,
Que el ángel da su tonada
Para que cumplas tu cita
-Voy buscando un lugar
Para el Nacimiento divino
No tiene que ser muy fino
Puede ser en un pajar
-El tiempo ya ha llegado;
La estrella ya me lo avisa,
Desde el cielo se divisa
Que el niño está colocado;
Y a un paso por la calle,
José le ayuda muy presto
Feliz y muy bien dispuesto,
Calmado por este valle
Ya es de noche y se adivina,
Que hay el preciso lugar
Un pesebre como hogar
Lo que Dios ya le destina
El carpintero se alista
A prepararle la cuna
Como adorno una luna
Cómoda y bien provista,
Las luces de las farolas
Han quedado encendidas,
Y las ventanas sus golas
De flores están vestidas;
Al lado de la cuna velan
Pastores, ovejas y reces,
Ángeles con sus preces
Cantan lo que nos revelan
¿Para El Niñito que tengo?
Mis caricias, mis canciones,
Y diez secretos ocultos
Dentro de mis intenciones;
Y La Virgen la princesa
Humilde forja en su sueño,
La voluntad de su dueño
Nuestro Jesús que regresa
Antonio Machado
Retrato
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—;
mas recibí la flecha que me asignò Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseño el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.