Un cuento de navidad Papá, ¿Qué me darás de regalo este año?
cuento de Navidad
Un cuento de Navidad: Papá, qué me darás de regalo este año? Eran otras épocas.
Todavía estaban lejos los grandes acontecimientos del planeta que presencié años después.
Igual de lejos estaban los grandes acontecimientos de mi vida,
mis pequeñas tragedias, mis grandes victorias como ser humano.
Pero recuerdo como si fuera hoy. Era cerca de Navidad y estábamos en el campo
– lo siento, no recuerdo donde, solo sé que era fuera de la ciudad.
Por lo general, me aburrían estas salidas en familia, pues mis amigos
no venían conmigo (a mi mamá no le gustaba que Alicia o yo trajéramos amiguitos),
no había televisión ni nada interesante para hacer. Al menos, para un muchacho de 8 años.
Mi papá sostenía algo en sus manos.
Entonces, me miró con una cara que, más tarde, identificaría como «pícara».
Y me dijo, en tono «muy serio» (que sería motivo de mi grande pelea con él seis años después):
– Te daré, hijo mío, las tres estrellas que en el cielo hoy brillan.
Y yo, todavía inocente – ¡tan inocente era a los ocho años! – creí en esto. Miré el cielo y grité muy duro algo como «¡ustedes ahora son mías!». Mi mamá, que estaba a mi lado, lo reprochó. No entendí en el momento que discutían – hoy sé que le decía, en su idioma, que «no engañara al chico». Creo que nunca me enseñaron su lengua para que pudiesen discutir sin problemas y sin causarme traumas.
Diez años pasaron y me vi en problemas.
Todo salía mal. En el campo emocional, en mi carrera como universitario
– no pude ingresar donde quería – en mis relaciones con amigos –
al ver uno de mis mejores amigos morir enfrente de mí – en mi espíritu…
Todo iba de mal a peor. Quedó peor con la separación traumática de mi mamá y mi papá.
Alicia optó por irse con ella. Yo me quedé solo; mi papá ya tenía compañía.
Entonces pensé en irme. No a otro país o ciudad… Simplemente irme. Planeé muy bien.
No quería dejar huellas de lo que iba a hacer. No me perturbaba la idea,
después de todo solo tenía dieciocho años de vida.
No había realmente mucho que dejar. Prefiero no decir lo que fue planeado,
como sería mi «viaje».
Me inspiré en una película, de estas que pasan por las noches sin luz.
Porque las noches estaban sin luz en aquellos días. A veces, las noches parecen
claras e iluminadas, como las calles nocturnas del país de mis padres.
Pero, ahora las veía sin luz. Y muy frías. Todo planeado y era víspera de Navidad,
cuando miré el cielo. Y, sorprendentemente las vi.
En los cielos de la ciudad en que vivo (todavía hoy) no se ve nada, excepto nubes
y contaminación. Pero, maravillosamente intactas e inmunes
después de diez años, estaban ellas. Tres estrellas brillando en el cielo oscuro.
De pronto, la noche no me pareció tan oscura. Alguien me llamó por teléfono.
Torpemente, pues ya me preparaba para mi pequeño y silencioso ritual, le contesté.
Era un viejo amigo de colegio, alguien a quien no veía ya hacía años.
Conversamos dos horas. Me cansé después de eso y desperté con la misma ropa.
Pero con una cabeza diferente. La luz regresó. Había utilizado mi primera estrella.
¿Por qué, a pesar de la Navidad ser una época de dar a los demás,
pensamos tanto en nosotros mismos?
Otros diez años pasaron. Muchas cosas sucedieron, incluso el acercamiento
– de amigos desde luego – entre mi mamá y papá. Ahora, éramos
(y aún somos) tres: Gilbert, con nombre francés que parece gringo,
se sumó a la familia. Dicen que es mi cara y llama a mi mamá de «tía».
Pero, aquí estoy yo: yendo a la primera Navidad en familia, solo y atascado
en una complicada situación. Ni quiero pensar donde estoy,
mientras trato de arreglar el motor del vehículo.
Sé que es inútil, pues soy pésimo para cosas mecánicas.
Mi profesor en la universidad – para que sepas que por fin lo logré –
me decía que tenía espíritu de artista. Lo decía en broma, pues mi carrera era técnica.
En esta noche que es más fría que nunca, me siento perdido en la noche oscura.
Noche oscura… Voy para la cena de Navidad, un hábito del país de mis padres.
Juntos estarán, ahora hecho amigos. Ahí voy yo, en un vehículo cargado de regalos,
en una carretera vacía. – ¡Por Dios! ¿Qué puedo hacer?
Entonces un vehículo más sencillo pasa a mi lado.
Es una carroza, halada por un solo caballo.
En ella, veo a una familia completa, incluso un niño chiquito que debe tener la edad de Gilbert. – ¿Necesita ayuda?
No sé, pero en medio de este frío, en esta noche y a esta hora,
la aparición de esta familia me dio más miedo que
tranquilidad. Pero no tuve tiempo de contestarle. Pronto, el hombre
– supongo que el padre de la familia – junto con un muchacho que debía ser su hijo,
se ponen a mi lado. – Soy mecánico de vehículos, caballero.
Si quiere, lo ayudo. Me puse a un lado.
Después de todo, pensé, si son ladrones poco puedo hacer.
Pero, veo que no lo son. Un rato después, la señora, dejando el niño,
se acerca con una taza de café. Lo tomo, a pesar de que mi educación
tan estricta me hace pensar por un momento si la taza estaría limpia o no,
de donde sacó el café y con que agua lo hizo. Ella me sonríe.
Entonces me doy cuenta que no estoy sonriendo. Abro mi boca y dejo que
mis dientes aparezcan. Le pregunto su nombre y quienes son.
Son gente simple, sin duda, pero el hombre es un experto
en mecánica, por lo menos a mis lejos ojos.
No demora quince minutos y tiene mi vehículo funcionando
como si no hubiera pasado nada.
Les sonrío abiertamente. Me siento feliz y disfruto de
una segunda taza de café.
Casi automáticamente, miro el cielo. Aquí se ve bien
y hay muchas estrellas, pero allá están ellas:
las tres estrellas que un día mi papá me regaló.
Comprendo en este exacto momento que ahora utilizo
la segunda estrella. Con un sonoro adiós, la familia se alista para irse.
Es cuando pienso que no me han cobrado el arreglo.
– No, caballero, es por la Navidad. ¿Navidad?
Esta familia, tan simple y pobre, ¿qué Navidad tendrá?
Les grito que esperen y en un solo gesto, saco de mi vehículo
algunos de los regalos que tengo y los entrego. Me agradecen, claramente conmovidos.
Los ojos de los niños brillan en la noche oscura.
Y se despiden de mí.
Por cierto, me van a regañar por no traer regalos en la noche de Navidad.
Pero, siento en mi corazón que a pesar de que mi vehículo va vacío de regalos,
mi corazón se va lleno de ellos.
ara siempre, los ojos de los niños brillarán en mi mente.
Entonces, mientras manejo hacia la casa donde realizaremos la cena, pienso en lo que pasó.
Recuerdo que unos momentos antes de
aparecer la humilde carroza, recordé a Dios.
Bueno, ya estoy muy adulto para creer en cuentos de estrellas.
Pero, ¿Cómo funciona el ser humano?
¿Qué conexión maravillosa guarda con la inmensidad donde vive?
Desde el vidrio del carro, miro nuevamente el cielo y veo cuatro y no tres estrellas.
Una de ellas brilla más fuerte que las demás.
Es obvio que es un efecto del vidrio del carro, una de esas cosas que le enseñan en la primaria.
Sin embargo, pienso que si Dios existe, algo tuvo que ver en esta situación.
Si Dios existe, porque no es que yo sea muy católico que digamos,
entonces su poder debe ser mayor que nuestras debilidades.
Sin duda, debe tener el poder suficiente para mover una carroza a
un lugar como este y hacer que dos personas ayuden a un hombre
que está perdido acá. Un hombre con mucho más dinero, posesiones
y estudios que los que lo ayudaron. No hablaría en milagros.
Más bien, diría que al recordar a Dios, la estrella me funcionó.
Mirando nuevamente a las estrellas, me da la impresión que la cuarta estrella parpadea.
Como si me estuviese sonriendo. Aquí estoy. Todavía tengo una estrella para usar.
En esta Navidad, pienso sobre que podría hacer con ella.
Hay tantos que la necesitan. Hay personas pobres como las de aquella familia lejana, de cuya
existencia nada supe después del suceso del vehículo. Hay otras personas
que tratan de disfrazar su soledad con copas de vino o risas vacías.
Otras personas cuya pobreza está en el espíritu, no en el bolsillo.
Tampoco puedo olvidar las personas en las guerras
o las que tienen enfermedades terminales. Son tantas que ni las puedo contar.
Quisiera… Me acerco a la ventana y, a pesar de estar en la ciudad donde vivo, las veo.
Son las únicas del cielo. Me alegra pensar que todavía tengo una.
¿Qué haré con ella? Ah, me estás mirando. Veo en tus ojos un brillo.
¿Quieres tener una estrella? ¡Tómala! Te la regalo.
Ella va a aparecer cuando más la necesites.
Algo te va a pasar en este momento y tus ojos brillarán de nuevo. La vida volverá con más fuerza.
Es tuya. Utilízala para ti o para otros.
No, no me hará falta, pues recuerdas, tengo una cuarta estrella.
Mucho cambió en mi vida, desde aquella lejana Navidad.
¿Hace cuántos años? ¡Diez años, o casi!
Desde entonces, me he relacionado más con la cuarta estrella.
No sé. Al ver aquella familia, al dar a ellos lo que me era tan valioso en el momento,
siento que me desprendí de una realidad restricta y limitada en la que siempre viví.
Ahora, todos los días, de noche o en plena luz,
percibo la existencia de esta cuarta estrella.
De Dios. No sé si crees tanto en Él.
No sé quien eres realmente, si solamente lo adoras,
como lo hacen muchos, o bien lo rechazas.
Pero, te digo, me ayuda mucho.
Si un día quieres, la cuarta estrella es tuya.
No hay que buscarla. No está en el cielo.
Hay que verla con otros ojos. Con ojos de niño, abiertos a las maravillas que suelen suceder.
Pero, por ahora, ya tienes la tercera estrella. Es mi regalo para ti.
Desconzco autor.