En esta tarde Cristo del Calvario vine a rogarte
En esta tarde Cristo del Calvario vine a rogarte
poema Gabriela Mistral
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados? .
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas? .
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás? .
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón? .
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
Hija de Juan Jerónimo Godoy Villanueva, profesor,
y de Petronila Alcayaga
Rojas, de ascendencia vasca.
Gabriela Mistral nació en Vicuña, ciudad en la
que hoy existe un museo
dedicado a ella en la calle donde nació y que hoy
lleva su nombre.
A los diez días sus padres se la llevaron a La Unión (Pisco
Elqui), pero su «amado pueblo»,
como ella misma decía, era Montegrande,
donde vivió de los tres a los nueve años, y
donde pidió que le dieran
sepultura.
Sus abuelos paternos, oriundos de la actual
Región de Antofagasta, fueron
Gregorio Godoy e Isabel Villanueva; y
los maternos, Francisco Alcayaga
Barraza y Lucía Rojas Miranda,
descendientes de familias propietarias de
tierras del Valle de Elqui. Gabriela Mistral
tuvo una media hermana, que fue
su primera maestra, Emelina Molina Alcayaga, y
cuyo padre fue Rosendo Molina
Rojas.
Aunque su padre abandonó el hogar cuando
ella tenía aproximadamente tres
años, Gabriela Mistral lo quiso y
siempre lo defendió. Cuenta que
«revolviendo papeles», encontró unos versos
suyos, «muy bonitos». «Esos
versos de mi padre, los primeros que leí,
despertaron mi pasión poética»,
escribió.
A los 15 años se enamoró platónicamente
de Alfredo Videla Pineda, hombre
rico y hermoso, más de 20 años mayor que ella,
con el que se carteó durante
casi año y medio. Después conoció a Romelio Ureta,
un funcionario de
ferrocarriles. Este sacó un dinero de la
caja del ferrocarril donde
trabajaba con el fin de ayudar a un amigo;
como no lo pudo devolver, Ureta
se suicidó. Más tarde -a raíz de su triunfo en
los Juegos Florales con
Sonetos de la muerte, versos que
relacionaron con el suicida-
nació el mito,
que tuvo amplia difusión, del gran amor entre ambos.
En 1904 comienza a trabajar como profesora
ayudante en la Escuela de la
Compañía Baja en La Serena y empieza a
mandar colaboraciones al diario
serenense El Coquimbo.
Al año siguiente continúa escribiendo en él y en La