Maestra de Campo les canto a todos los maestros
Maestra de Campo les canto a todos los maestros
a los maestros con cariño
Maestra de Campo, declamación de Luis Landricina,
Por la pereza del tiempo el otoño estaba tibio, ya que en el Chaco, el verano es como dueño del sitio.
Y a veces demora en irse sin importarle el destino.
Por eso es que aquella tarde cuando bajó en la estación del lerdo tren en que vino
su cuerpito era una brasa por nuestro clima encendido.
Y se quedó en el andén
como asustada y con frío por ser mucha juventud pa´ terreno tan arisco.
A más mujer, buena moza y en pago desconocido.
Y allí se quedó parada
en vago mirar perdido por, por querer disimular su temor a estar tan sola
y sin saber el camino.
Pero al momento nomás, las toscas manos de un gringo,
callosas de tanto arar y de pelearlo al destino se
acercaron bondadosas
y con ternura de niño le dieron la bienvenida en nombre de la escuelita
que hace mucho la esperaba triste en el medio del monte
pa que alegrara a sus hijos.
Subieron al viejo carro de aquel colono sufrido, y
y comenzaron a andar entre una nube del polvo
por el reseco camino.
Cuando llegaron al rancho la noche ya había encendido
sus farolitos del cielo y el canto triste del grillo,
y fue por eso tal vez que entre las cuatro paredes de aquel su humilde cuartito
una angustiosa tristeza entraba a clavar cuchillos
como queriendo matar
esa noble vocación que en su pecho había nacido.
Pero llegó la mañana
y el sol con todo su brillo desdibujó las tinieblas que habían querido torcer
las huellas de su destino.
Y aunque llorando por dentro
masticando soledad en aquel lejano sitio
puso firmeza en el paso
y fue a buscar el amor de aquel puñado de niños que hace mucho la
esperaba en la escuelita de campo clavada en pampa del indio.
Y desde entonces su vida se hizo horcón de guayacán se hizo
paredes de adobe se hizo terrón para el quincho y armó con todos sus
años aquel rancho para el alma con un letrero invisible que decía en letras
de amor «Aquí hay saber y cariño».
Y fueron 30 los años y fueron muchos los niños que luego se
hicieron hombres y mandaron a sus hijos.
Ella, ella no pudo tenerlos porque la flor de su vida se marchitó entre los montes y
nunca llegó el amor a golpear en la ventana de su rancho de cariño.
La escuela, la escuela le había pedido hasta ese sacrificio que se
quedase soltera porque precisaba intacto todo el amor
que tuviera para entregarlo a los chicos.
Y en eso, en eso de darlo todo, un tibio día recibió en una nota
oficial algo que la estremeció: después de mucho esperar el concejo
le anunciaba que había sido jubilada en premio por su labor.
¿Era premio o era castigo?
Mil veces se preguntó. No se vaya señorita, quédese a vivir aquí,
si nosotros la queremos por qué se tiene que ir.
Esas voces y unas manos que se agitaban sin ruido fueron
únicos testigos de aquella amarga partida. Ella entraba en
el olvido allí dejaba sus años allí dejaba su vida. La polvareda del sulky y
manitos color tierra fueron su único homenaje en aquella despedida.
¡Adiós señorita Rosa! ¡Adiós maestra de campo!
En usted a todos les canto los maestros de mi tierra no sé si
mi estrofa encierra y expresa lo que yo siento, pero tan solo
pretendo oponer a tanto olvido, mi simple agradecimiento, ya
que la Patria les debe el más grande y merecido de todos los monumentos.