Maternidad
Maternidad poema Jose Pedroni
que me sabrá a ternura,
durante nueve lunas
crecerá tu cintura;
y en el mes de la siega
tendrás color de espiga,
vestirás simplemente y
andarás con fatiga.
-El hueco de tu almohada
tendrá un olor a nido,
y a vino derramado
nuestro mantel tendido-,
Si mi mano te toca,
tu voz, con vergüenza,
se romperá en tu boca
lo mismo que una copa.
El cielo de tus ojos
será un cielo nublado.
Tu cuerpo todo entero,
como un vaso rajado
que pierde un agua limpia.
Tu mirada un rocío.
Tu sonrisa la sombra de
un pájaro en el río…
Y un día, un dulce día, quizá un día de fiesta
para el hombre de pala
y la mujer de cesta;
el día que las madres y
la recién casadas
vienen por los caminos
a las mismas cantadas;
el día que la moza
luce su cara fresca,
y el cargador no carga,
y el pescador no pesca…
-tal vez el sol deslumbre;
quizá la luna grata
tenga catorce noches y
espolvoree plata
sobre la paz del monte;
tal vez el villaje
llueva calladamente;
quizá yo esté; de viaje…-
Un día un dulce día con
manso sufrimiento,
te romperás cargada
como una rama al viento,
y será el regocijo.
de besarte las manos, y
de hallar en el hijo
tu misma frente simple,
tu boca, tu mirada,
y un poco de mis ojos,
un poco, casi nada…
Auto biografia
Voy a decir quién soy:
octavo en el orden de
once nacimientos,
vine al mundo en Gálvez, (Santa Fe)
el 21 de setiembre de 1899.
Allí hice mis primeras letras;
allí permanecí hasta los trece años.
En ese tiempo, el mejor de mi vida,
se produce mi cuento donde
hay algunos nombres
Juan, Ramón, Félix, Julián y Ercilia,
las ruinas de un iglesia
que nunca llegó a techarse,
una laguna llena de
sanguijuelas chupadoras,
un campo con pechirrojos,
que deposita en mi
corazón el huevecillo
que se resolvería después
en verso un poco triste.
Mi padre,
constructor de cuchara en mano,
a quien yo servía como peoncito
en mis horas libres, solía encontrarme
detrás de un montón de ladrillos
tocando la serenata de
mi soledad en un violín
de dos palitos secos.
Otras veces su silbido me sorprendía
escribiendo en la arena palabras inventadas,
arte este de bajo precio al que
finalmente me aficioné.
Mi madre se llamaba Felisa, y
era callada, propensa al llanto y muy hermosa.
Mi padre, Don Gaspar, era menudo,
nervioso, dominante y gran trabajador.
Firmaba Pedroni Gaspare.
A su nombre llegaba a nuestra casa
un diario italiano que yo
leía para él por las noches.
Me decía que sabía hacerlo muy bien;
pero no era cierto.
Casi siempre mi padre
se dormía sobre la mesa grande,
tan cansado estaba.
Mi madre lo sacudía,
y él buscaba el lecho
con paso vacilante.
Yo aprovechaba
para irme a dormir y
hacia la noche me
despertaba para llorar.
Me curaron con una tijera abierta,
puesta por Ercilia debajo de mi cama.
Contábame ella después que aquella
noche temblaba como una hoja.
Un día me llevaron a Rosario
para que estudiara.
A los dieciocho años regresé al campo.
Anduve por algunas colonias agrícolas.
Con los cosecheros aprendí a cantar.
A los veinte años aparece la mujer,
una sola en mi vida.
Conscripto y casado, llegamos con un hijo
a Esperanza.
Fui durante treinta y cinco años
contador de una fábrica de arados.
Jubilado, aquí estoy con
sesenta y tantos años,
cuatro hijos y nueve nietos.
Eso es todo, y demostrativo de lo común
de mi vida que no me
separa de los demás.
Con las palabras de Hugo
respondo a la desilusión que pueda
producir en algunos:
“Insensato lector,
¿crees que yo no soy tú? ”
He publicado doce libros de versos,
donde el hombre en quien creo y
a quien amo, participa de mi emoción y
domina sobre el paisaje.
El recuerdo del hombre dirá cuál es
el mejor de mis poemas.»
José Pedroni